Un estudio pionero revela cómo el cerebro ajusta la generosidad según la cercanía emocional

Un estudio reciente muestra que el daño en la amígdala basolateral humana altera cómo ajustamos nuestra generosidad según la cercanía emocional. Los hallazgos provienen de un experimento con personas que presentan una rara condición cerebral.

El cerebro humano sigue siendo uno de los mayores misterios de la ciencia, especialmente cuando se trata de entender cómo regula nuestras emociones y comportamientos sociales

Dada la complejidad del cerebro un estudio reciente se centra en una región muy específica del cerebro: la amígdala, y en particular su parte basolateral (BLA), conocida por su papel en el procesamiento del miedo, la ansiedad y la memoria emocional para entender su influencia.

Pero más allá de esas funciones clásicas, los investigadores quisieron explorar algo nuevo: ¿qué rol juega esta región en nuestras decisiones de generosidad hacia los demás? ¿Podría la BLA influir en cuánto estamos dispuestos a ayudar a alguien según cuán cercanos nos sentimos emocionalmente?

La conducta prosocial —como compartir, ayudar o cooperar con otros— es una parte esencial de nuestras relaciones cotidianas. Sin embargo, todavía no comprendemos del todo cómo el cerebro ajusta este tipo de comportamientos en función de con quién interactuamos.

Para responder a estas preguntas, el estudio examinó a personas con un daño bilateral y aislado en esta área del cerebro, gracias a una rara condición genética, y comparó su comportamiento prosocial con el de personas sanas. Los resultados ofrecen una nueva perspectiva sobre cómo el cerebro calibra nuestras relaciones sociales y decisiones altruistas.

No actuamos igual con un ser querido que con un desconocido, y este estudio se propuso entender por qué. La hipótesis central era que la amígdala basolateral no es estrictamente necesaria para que seamos prosociales, pero sí cumple una función clave modulando cuánto lo somos según la cercanía emocional que sentimos por la otra persona. Es decir, esta región no dicta si ayudamos o no, sino a quién ayudamos más y por qué.

El ingenioso experimento

Para poner a prueba esta idea, los investigadores aprovecharon un contexto muy poco común: trabajaron con personas que tienen una enfermedad genética llamada Urbach-Wiethe, la cual provoca un daño específico y bilateral en la amígdala basolateral.

Este tipo de caso es extremadamente raro, y por eso representa una oportunidad única para estudiar las funciones de esta región cerebral. En total, participaron cinco personas con esta condición, quienes fueron comparadas con un grupo de 16 personas sin daño cerebral, cuidadosamente emparejadas según sus características psicológicas, culturales y socioeconómicas.

La amígdala basolateral es una región del cerebro, específicamente un grupo de núcleos en la amígdala, que juega un papel crucial en el procesamiento de las emociones, especialmente el miedo y la ansiedad.

A todos los participantes se les presentó una versión modificada del conocido “juego del dictador”, un experimento clásico en psicología social que evalúa cuánto dinero una persona está dispuesta a compartir con otra, sin esperar nada a cambio.

Pero en esta versión, había un giro interesante: los participantes debían imaginar a ocho personas de su entorno social —desde su ser más querido hasta un completo desconocido— y asignarles un número que representaba su "distancia social", en una escala que iba del 1 (persona emocionalmente más cercana) al 100 (un extraño al azar en la calle). Luego, para cada una de esas personas, debían decidir cuánto dinero de una dotación hipotética estaban dispuestos a compartir.

La figura muestra la cantidad de dinero compartido con distintas personas según su cercanía social. La línea roja representa al grupo con enfermedad de Urbach-Wiethe (daño en la amígdala basolateral), mientras que la línea azul corresponde al grupo control de personas sanas.

Lo que encontraron fue sorprendente. Las personas con daño en la amígdala fueron, en promedio, menos generosas que las del grupo de control. Pero lo más interesante fue cómo cambiaba su generosidad en función de la distancia social.

Mientras que las personas sanas reducían su generosidad gradualmente a medida que la otra persona se volvía más lejana, los participantes con UWD lo hacían de manera mucho más brusca. En otras palabras, mostraban un mayor descuento social: una caída más pronunciada en su disposición a compartir a medida que la conexión emocional se debilitaba.

Este patrón no se explicaba por otras variables como el nivel de empatía, la personalidad o el tamaño de su red social. Todo indicaba que el daño en la amígdala afectaba directamente su manera de sopesar el valor de los demás en función de la cercanía emocional.

¿Y qué nos dice esto sobre la amígdala basolateral?

La amigdala basolateral cumple una función esencial en cómo nuestro cerebro resuelve el conflicto entre motivos egoístas y altruistas. No se trata de que las personas con daño en esa región no puedan ser generosas. Más bien, les cuesta modular su generosidad según el vínculo emocional que tienen con los demás. Es como si su brújula social estuviera desajustada.

Estos hallazgos tienen implicancias importantes. Nos ayudan a comprender mejor la arquitectura cerebral que sostiene nuestras decisiones sociales cotidianas, desde compartir un café con un amigo hasta donar a un desconocido en una situación de necesidad. También aportan evidencia sobre cómo ciertas condiciones neurológicas pueden alterar esa sensibilidad social, no eliminando la empatía, pero sí afectando su gradación.

En tiempos en que la cooperación humana es más crucial que nunca —desde la convivencia familiar hasta los desafíos globales como la crisis climática— entender cómo el cerebro calibra nuestras relaciones sociales no es sólo fascinante, sino también fundamental.

Referencias

-T. Kalenscher et al. "Steeper social discounting after human basolateral amygdala damage". Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America.