La leyenda es cierta y la ciencia explica por qué el calafate "te obliga" a volver
En la Patagonia, el calafate es más que un fruto: es símbolo, medicina y leyenda. La tradición promete el regreso; la ciencia revela que su poder antioxidante y su mística conexión con el sur lo hacen inolvidable.

En el extremo sur del mundo, donde el viento parece tener vida propia y la tierra guarda secretos antiguos, crece un fruto pequeño, morado y poderoso: el calafate (Berberis microphylla). En la Patagonia, tanto en Chile como en Argentina, nadie duda de su magia.
Durante siglos, los pueblos originarios de la Patagonia —tehuelches o aonikenk y mapuches— han transmitido la leyenda del calafate como una advertencia y una promesa. Dicen que una joven transformada en arbusto por los espíritus del bosque sigue esperando a su amor perdido; sus frutos, dulces y brillantes, atraen a los viajeros, que al probarlos quedan ligados para siempre a la tierra austral.
Hoy, ese vínculo entre la planta y quienes la prueban tiene un nuevo sentido: la ciencia ha descubierto que el calafate, además de encantador, es uno de los frutos más saludables del planeta.
Un fruto con poder real
Más allá de su mística, el calafate es una superfruta. Su color azul oscuro no es casualidad: proviene de una altísima concentración de antocianinas, pigmentos naturales con un poderoso efecto antioxidante.

Estos compuestos ayudan a proteger las células del cuerpo contra el estrés oxidativo, retrasando el envejecimiento y reduciendo el riesgo de enfermedades cardiovasculares o neurodegenerativas.
Según estudios del Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia (CIEP) y la Universidad de Magallanes, el calafate tiene un contenido antioxidante incluso superior al de los arándanos.
Su composición lo convierte en una joya nutricional que despierta el interés de la comunidad científica y de la industria alimentaria, tanto en Chile como en el extranjero.
Más que un fruto: un símbolo de la Patagonia
El calafate no solo es una planta de propiedades extraordinarias: también sostiene parte del equilibrio ecológico patagónico. Su flor amarilla, que aparece a fines de la primavera, atrae a abejas, moscas y mariposas, mientras que sus frutos sirven de alimento a numerosas aves, entre ellas el zorzal y el comesebo.

Cuando las aves comen el fruto y dispersan sus semillas, contribuyen a la regeneración natural de los matorrales, ayudando a que el calafate vuelva a brotar en suelos donde pocas especies logran sobrevivir. Por eso, más allá del mito, el calafate garantiza su propio regreso, perpetuando la vida en un entorno extremo, frío y desafiante.
La ciencia detrás del “regreso”
Quizás el retorno que promete la leyenda tenga una base biológica. Las investigaciones señalan que el consumo de calafate mejora el estado de ánimo gracias a la presencia de flavonoides y compuestos que estimulan la liberación de dopamina, lo que podría generar una sensación de bienestar y conexión con la naturaleza. En otras palabras, volver a la Patagonia no solo sería una metáfora romántica: nuestro cuerpo podría “pedirlo” de verdad.
Además, el calafate está siendo estudiado por su potencial para la industria cosmética y farmacéutica, ya que sus extractos ayudan a proteger la piel frente a la radiación UV y a reducir procesos inflamatorios. En el futuro, podríamos encontrar cremas, suplementos o alimentos funcionales elaborados con este fruto que nació en la soledad de los vientos australes.
Koonek, el calafate
— @_CasaSantaCruz (@_CasaSantaCruz) September 5, 2023
Leyenda Tehuelche, texto de Mario Echeverría Baleta, pic.twitter.com/LVtD4H6uGT
El calafate simboliza ese punto exacto donde la sabiduría ancestral y la investigación científica moderna se dan la mano. En la Patagonia, donde cada rincón guarda una historia, este pequeño fruto sigue recordando a quienes lo prueban que hay lugares imposibles de olvidar.
Quizás por eso, quien come calafate vuelve: no solo porque lo diga la leyenda, sino porque algo en su sabor, su poder y su historia nos deja atados para siempre a la magia del sur.