El universo es un ciclo de vida y muerte. Te lo mostramos usando estrellas que ves desde tu patio
El cielo chileno revela cada etapa del ciclo estelar: nacimientos luminosos, vidas tranquilas y finales explosivos. Solo necesitas mirar hacia arriba para descubrir cómo las estrellas cambian, dejan huellas y cuentan la historia más antigua del universo.
Observar el cielo chileno es un privilegio. De Arica a Magallanes, el firmamento revela historias que comienzan y terminan. Las estrellas no son puntos fijos: nacen, evolucionan y mueren en procesos que duran miles de millones de años.
En el hemisferio sur brillan gigantes celestes que muestran cada capítulo del ciclo estelar. Nebulosas en formación, gigantes rojas, cúmulos jóvenes y restos de antiguas explosiones se observan desde Chile, un país cuyos cielos limpios permiten asomarse al universo en pleno movimiento.
Nebulosas: la cuna donde nacen las estrellas
Toda estrella comienza como una nube gigantesca de gas y polvo. Y sí, también tenemos un ejemplo visible desde Chile: la Nebulosa de Orión (M42). Durante el verano austral, aparece brillante en el cinturón de Orión, bajo las Tres Marías, durante el verano, fácilmente observable incluso con binoculares.
Esta nebulosa es un vivero estelar que se encuentra a unos 1.350 años luz de distancia aproximadamente. Allí, la gravedad comprime el gas y forma esferas calientes que se encienden como brasas cósmicas: son protostrellas.
Para los observadores del sur es un espectáculo ideal, porque Orión se eleva alto en el cielo entre diciembre y febrero, justo cuando el calor veraniego invita a mirar el firmamento desde el patio o la playa.
En lugares muy oscuros del norte y sur, otras aparecen como nubes suaves, sin bordes definidos y que no parpadean como las estrellas. Con binoculares, esas manchas revelan mejor sus formas y colores, aprovechando el cielo limpio que hace de Chile uno de los mejores lugares del mundo para observarlas.
Estrellas jóvenes: la energía que recién despierta
Cuando la protostrella finalmente “enciende” su núcleo mediante fusión nuclear de hidrógeno, nace una nueva estrella. Ejemplos visibles no faltan: las Pléyades (M45), un cúmulo abierto observable desde todo Chile, reúne decenas de estrellas recién nacidas, de apenas 100 millones de años. Son bebés cósmicos.

Este cúmulo se aprecia mejor en primavera y verano, cerca de la constelación de Tauro. A simple vista parece un pequeño racimo de puntitos azules, pero representa una etapa relevante: el largo periodo de estabilidad donde una estrella brilla constantemente.
A simple vista se distinguen entre 5 y 7 puntitos; con binoculares, el cúmulo se abre y revela decenas de estrellas jóvenes brillando con fuerza. Son uno de los objetos más fáciles y hermosos de reconocer en el cielo del hemisferio sur.
Gigantes rojas: el lento y hermoso final
Cuando el hidrógeno se agota, la estrella cambia. Se expande, se enfría y adquiere un tono rojizo. La estrella Antares, en la constelación de Escorpión, es el mejor ejemplo para observar desde Chile.

Antares marca la etapa final de una estrella masiva: un periodo turbulento donde su tamaño crece hasta niveles absurdos y parte de su material es expulsado al espacio. En invierno, Antares se ve destacando como el “corazón rojo” del escorpión, brillando con un tono que delata su vejez.
Para ubicarla, basta seguir la hilera curva de estrellas que forman el “cuerpo” del escorpión; Antares brilla justo en el corazón de esa figura. En cielos oscuros, incluso puede apreciarse el cúmulo globular M4 como una pequeña mancha cercana, lo que confirma que has encontrado a esta gigante roja en pleno final de su vida estelar.
Supernovas: el estallido final
Cuando la estrella es muy masiva, su muerte es explosiva. Y en Chile tenemos uno de los restos más famosos: los gases remanentes de la Supernova 1987A, visible originalmente desde la Región de Magallanes. Fue la primera supernova observable a simple vista desde 1604, y sus restos aún se estudian intensamente desde observatorios como ALMA y Paranal.
Incredible: Time-lapse of Supernova 1987A and its ring
— World and Science (@WorldAndScience) October 31, 2025
(Credit: NASA, ESA, and R. Kirshner (Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics and Gordon and Betty Moore Foundation) and P. Challis (Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics)) pic.twitter.com/XyjeLXWzct
Las supernovas liberan tanta energía que crean elementos pesados como oro, calcio y hierro, los mismos que forman nuestros huesos y nuestro planeta. Es literalmente una fábrica cósmica de vida tras la muerte.
Identificar una supernova a simple vista es extremadamente raro, pero sí podemos reconocer sus restos en el cielo chileno con ayuda de binoculares o telescopios. Desde el extremo sur, en noches muy oscuras, los restos de la Supernova 1987A aparecen como un pequeño parche difuso en la constelación del Dorado, cerca de la Gran Nube de Magallanes.

No se ve como una explosión brillante —eso ocurrió solo en 1987—, pero hoy sus anillos de gas siguen expandiéndose y brillando tenuemente. En el resto del país, otras nebulosas de supernova, como la del Cangrejo (M1), se observan como manchas sin forma definida, distintas a las estrellas porque no titilan. Chile, con su cielo limpio y sus observatorios, es uno de los mejores lugares del mundo para seguir la huella luminosa que deja una estrella en los momentos finales de su vida.
Estrellas que dejan huellas: enanas blancas y nebulosas planetarias
Las estrellas como el Sol no estallan. Se desprenden lentamente de sus capas exteriores y dejan atrás un núcleo brillante llamado enana blanca. El ejemplo más hermoso para observar desde Chile es la Nebulosa de la Hélice, un remolino fantasmal ubicado en Acuario, visible con telescopios pequeños.

Esa figura azulada y circular es el último suspiro de una estrella mediana. Y en miles de millones de años, el Sol terminará igual.
Para reconocer una nebulosa planetaria como la Hélice en el cielo chileno, basta buscar una pequeña “mancha” circular y difusa en la constelación de Acuario durante las noches de primavera y verano. A simple vista no destaca, pero con binoculares o un telescopio básico aparece como un aro azulado, distinto a una estrella porque no parpadea y tiene bordes suaves.
Las enanas blancas —los núcleos brillantes que quedan al centro— se ven como puntitos intensos dentro de ese anillo. Chile tiene cielos ideales para estas observaciones: mientras más lejos de la luz urbana estés, más fácil será distinguir estas huellas cósmicas del final de una estrella como el Sol.