La “tierra” que compras en el súper está destruyendo un ecosistema vital de la Patagonia
Miles de años para formarse, minutos para destruirse. La turba, base de muchos sustratos de jardinería, proviene de ecosistemas patagónicos esenciales para el clima del planeta.

Cada semana, miles de personas compran bolsas de “tierra de hojas” o “sustrato universal” para mejorar sus plantas. Pero lo que muchos ignoran es que buena parte de ese material no es tierra: es turba, y proviene de un ecosistema vivo y frágil, las turberas del sur de Chile.
A simple vista, parece inofensiva: esponjosa, oscura y fértil. Sin embargo, su extracción destruye un sistema ecológico milenario que cumple un papel vital en la regulación del clima. Formada a lo largo de miles de años, la turba es mucho más que un recurso para macetas: es el resultado de un delicado equilibrio entre agua, vida y tiempo.
Qué es la turba y cómo se forma
La turba es materia orgánica parcialmente descompuesta, generada por la acumulación de musgos, plantas y microorganismos en ambientes húmedos y sin oxígeno. Este proceso ocurre en las turberas, humedales fríos que almacenan enormes cantidades de carbono.

En Chile, las turberas se concentran en las regiones de Aysén, Magallanes y Tierra del Fuego, donde cubren más de tres millones de hectáreas, equivalentes al 5 % de las turberas del planeta. Allí, el musgo Sphagnum magellanicum, principal formador de turba, crece apenas unos milímetros por año. Cada capa que extraemos hoy puede tener siglos de antigüedad.
Estas formaciones son verdaderos pulmones del sur: capturan carbono, retienen agua de lluvia y sirven de refugio a especies únicas de aves, insectos y microorganismos. Cuando se alteran, el carbono acumulado durante milenios se libera a la atmósfera, acelerando el cambio climático.
Un recurso codiciado en jardinería
La turba se usa masivamente en jardinería y horticultura por sus propiedades únicas: retiene agua, mejora la aireación del suelo y ayuda a las raíces a desarrollarse. Por eso aparece en la etiqueta de casi todos los sustratos “universales” o “para plantas de interior”.
Además, al secarse, las turberas liberan grandes cantidades de CO₂ y metano, contribuyendo al calentamiento global. En algunos sectores de Tierra del Fuego y Aysén, la extracción industrial ha dejado extensas zonas degradadas, donde el suelo se convierte en polvo y la vida desaparece.
Las heridas de la Patagonia
En el sur de Chile, las turberas son tan comunes como invisibles. Cumplen funciones ecológicas esenciales: regulan el flujo de agua, previenen inundaciones y sostienen la biodiversidad local. Sin embargo, la demanda internacional y nacional por turba las ha convertido en territorios amenazados.

La sobreexplotación, sumada al cambio climático y los incendios forestales, está alterando el equilibrio hídrico de la región. El resultado: suelos más secos, menos vida vegetal y una pérdida silenciosa de carbono que agrava la crisis climática global.
En 2018, el Ministerio del Medio Ambiente de Chile estableció una normativa para regular su extracción, pero la fiscalización aún es limitada. Organizaciones ambientales y comunidades locales en Magallanes han exigido declarar a las turberas ecosistemas estratégicos para la mitigación del cambio climático, lo que permitiría su protección efectiva.
Alternativas sostenibles
Afortunadamente, existen alternativas más responsables y fácilmente disponibles. La fibra de coco, subproducto de la industria frutícola, cumple funciones similares a la turba: retiene humedad, es liviana y renovable. También se pueden usar mezclas de compost vegetal, humus de lombriz y restos de poda triturados, materiales que mejoran el suelo sin dañar ecosistemas.

En Europa y Norteamérica, ya se promueve la eliminación de la turba en sustratos comerciales, impulsando etiquetas “peat free” (sin turba). En Chile, algunos viveros han comenzado a fabricar sustratos con componentes locales, una tendencia que podría marcar el camino hacia una jardinería más consciente. Optar por productos sin turba puede parecer un gesto pequeño, pero multiplica su efecto en la protección de miles de hectáreas de humedales.