El camélido que ‘siembra’ el desierto: cómo el guanaco es un ingeniero ecosistémico clave para la Patagonia
Silencioso y resistente, el guanaco recorre las extensiones más áridas del sur de Sudamérica. Pero su paso no solo deja huellas: también renueva el suelo y dispersa la vida en los paisajes patagónicos.

Cuando se piensa en la Patagonia, la imagen más recurrente son los grandes cerros, las montañas nevadas y el viento incansable que recorre los valles entre pastizales dorados. En medio de ese escenario majestuoso se mueve el guanaco, un animal tan característico de este paisaje como los coirones o las lengas.
Es el mayor herbívoro nativo de Chile y una de las pocas especies capaces de adaptarse tanto a las alturas del altiplano como a las planicies australes. Durante siglos fue una pieza clave en el equilibrio ecológico del continente: con su pastoreo abría senderos, dispersaba semillas y fertilizaba la tierra. Hoy, los ecólogos lo describen como un ingeniero ecosistémico, una especie cuya presencia modifica y mejora el entorno, haciendo posible que otras formas de vida prosperen.
Un herbívoro adaptado al límite
El guanaco es el principal herbívoro nativo de la estepa patagónica. Su dieta incluye más de 70 especies de plantas: desde gramíneas duras hasta pequeños arbustos que otros animales no pueden digerir. Sus labios prensiles y su eficiente sistema digestivo, heredado de sus ancestros camélidos, le permiten extraer nutrientes de vegetación escasa, dejando los brotes más tiernos intactos y favoreciendo su rebrote.

Este tipo de pastoreo, lejos de degradar el ambiente, ayuda a mantener la diversidad vegetal. En zonas donde el guanaco desapareció, la vegetación se vuelve más homogénea, y el suelo pierde cobertura, lo que incrementa la erosión. Su regreso a ciertas áreas protegidas ha demostrado que una presión de pastoreo moderada puede revitalizar los ecosistemas áridos.
El guanaco: dispersor y fertilizador natural
Cada guanaco recorre amplios territorios siguiendo las rutas de agua y alimento. En esos trayectos transporta, literalmente, vida. Su papel como dispersor de semillas es fundamental: las semillas que ingiere con las hierbas atraviesan su sistema digestivo sin dañarse y germinan posteriormente en el estiércol que deja tras de sí.

Los estudios muestran que las heces de guanaco contienen un alto contenido de nitrógeno y fósforo, elementos que enriquecen el suelo y crean microambientes fértiles en lugares donde la materia orgánica escasea. Cada grupo familiar, conformado por un macho dominante, varias hembras y sus crías, deja verdaderos puntos de fertilidad en el paisaje, conocidos como “montículos de guanaco”. Allí germinan gramíneas y hierbas que sirven de alimento para otras especies, desde aves hasta insectos.
Así, el guanaco cumple un doble rol: dispersa semillas y fertiliza el terreno, actuando como un restaurador natural en zonas que de otro modo serían desérticas. Su presencia reduce la erosión, mejora la infiltración del agua y mantiene viva la heterogeneidad del paisaje patagónico.
Ingeniero del equilibrio
A diferencia del ganado introducido, que tiende a concentrarse en áreas reducidas y compactar el suelo, el guanaco se mueve constantemente. Sus rutas migratorias, guiadas por la estación y la disponibilidad de agua, evitan el sobrepastoreo y distribuyen de manera equilibrada los nutrientes por el territorio.

En lugares como Torres del Paine o la Reserva Nacional Pali Aike, su retorno ha sido clave para la regeneración de los suelos y el restablecimiento de cadenas tróficas. Donde el guanaco prospera, también lo hacen los depredadores nativos como el puma y el zorro, además de aves carroñeras que dependen de ellos. Por eso los especialistas insisten: conservar al guanaco no es solo proteger una especie, sino mantener la maquinaria ecológica que sostiene la Patagonia.
Un símbolo que resiste
El guanaco es, al mismo tiempo, una figura ancestral y moderna. Los pueblos originarios lo consideraban fuente de abrigo y alimento, y su silueta aún aparece en petroglifos y cerámicas prehispánicas. Hoy su valor vuelve a medirse desde otra mirada: la de la ecología del paisaje.
La Patagonia no es un desierto en sentido estricto, sino una estepa fría, amplia y ventosa, donde la vida se distribuye en equilibrio con las estaciones. En ese contexto, el guanaco cumple un papel silencioso pero esencial: mantiene viva la red ecológica, dispersando nutrientes y semillas, modelando la vegetación y sosteniendo a otros animales. Cada manada que atraviesa la estepa deja a su paso una línea de fertilidad y movimiento, recordándonos que en la Patagonia nada está quieto, y que incluso en los ambientes más duros, la vida depende de la constancia de quienes saben adaptarse.