Cada noviembre, un árbol tiñe de rojo fuego la Patagonia por una sorprendente razón
El notro o ciruelillo transforma cada primavera los bosques del sur de Chile en un espectáculo rojo intenso. Su floración no solo embellece el paisaje: también alimenta aves, abejas y otros polinizadores en los ecosistemas patagónicos.

Cada noviembre, cuando la primavera avanza hacia su punto más alto, la Patagonia chilena se viste de un rojo vibrante que parece incendiar montañas, lagos y valles.
Ese resplandor pertenece al notro —también conocido como ciruelillo—, un árbol nativo de flores escarlata que cada año roba el protagonismo en los parques nacionales y caminos de la Carretera Austral.
Su floración no pasa desapercibida: mientras los vientos australes mueven sus ramas, miles de flores alargadas se abren en racimos encendidos, como si el bosque mismo respirara fuego. Pero detrás de su belleza, el notro cumple un papel ecológico clave: alimenta, protege y conecta a numerosas especies de la fauna austral.
Un árbol que pinta la primavera del sur
El Embothrium coccineum pertenece a la familia de las proteáceas, la misma que incluye especies adaptadas a climas extremos en Australia y Sudáfrica. Crece desde la Región del Biobío hasta el extremo austral de Magallanes, y puede alcanzar entre 5 y 15 metros de altura, destacando entre los bosques de coigüe, lenga y canelo.

Su nombre mapuche, notru, significa “rojo encendido”, una descripción perfecta para sus flores tubulares, que brotan justo cuando los días se alargan y el paisaje aún guarda restos del invierno.
En lugares como Torres del Paine, Coyhaique, Pumalín o Aysén, los senderos se llenan de contrastes: el verde húmedo del bosque, el azul glaciar y el rojo intenso del notro que enciende el horizonte.
Fuente de vida y néctar para el sur
Más allá de su colorido espectáculo, el notro es una pieza fundamental en el equilibrio ecológico patagónico. Sus flores son una de las principales fuentes de néctar para aves como el picaflor austral (Sephanoides sephaniodes), que encuentra en sus pétalos curvados el alimento perfecto.
Este vínculo es tan estrecho que la forma del pico del picaflor parece diseñada a la medida del notro, en una relación de mutua dependencia entre planta y polinizador.

Durante la floración, abejas y mariposas también visitan sus racimos, favoreciendo la polinización cruzada. Y cuando las flores caen, el árbol ofrece refugio y sombra a insectos, anfibios y pequeños mamíferos.
Incluso después de su ciclo floral, el notro sigue contribuyendo al ecosistema: sus hojas se descomponen rápido, enriqueciendo los suelos del bosque con nutrientes esenciales.
Belleza escénica y valor cultural
En Chile, el notro no solo tiene valor ecológico, sino también cultural y simbólico. Para los pueblos originarios, especialmente el mapuche, representa protección y energía. Sus ramas se usaban en ceremonias y su corteza, con fines medicinales, servía para aliviar fiebres y heridas.

Hoy, su presencia embellece parques nacionales, caminos rurales y jardines urbanos del sur. En la Carretera Austral, su floración se ha vuelto un espectáculo turístico por derecho propio.
Muchos viajeros lo reconocen de inmediato: sus flores parecen llamaradas que contrastan con el gris de los glaciares o el blanco de las cumbres nevadas. No es raro ver fotógrafos deteniéndose en la ruta solo para capturar ese rojo inconfundible.
Un aliado del clima y del suelo
El notro también contribuye a la recuperación de suelos degradados y al ciclo del agua. Gracias a sus raíces profundas, ayuda a estabilizar terrenos erosionados y mejora la retención hídrica en zonas lluviosas.
Además, su presencia en los bosques mixtos de la Patagonia favorece la diversidad vegetal, creando microclimas que facilitan el crecimiento de otras especies.
En tiempos de cambio climático, su capacidad de adaptarse a distintos ambientes —desde los valles templados hasta los márgenes fríos de la cordillera austral— lo convierte en un símbolo de resiliencia vegetal.
Su estallido rojo no solo alegra la vista: recuerda que, en cada rincón del sur de Chile, la naturaleza guarda historias de adaptación, equilibrio y belleza compartida. Y mientras los vientos soplan y las montañas se tiñen de fuego, el notro sigue cumpliendo su rol silencioso: mantener viva la conexión entre los ecosistemas y quienes los habitan.