Décadas después, los sismómetros del Apolo confirman: la Luna tiene un núcleo como la Tierra
Los datos sísmicos de las misiones Apolo revelaron, décadas después, que la Luna posee un núcleo interno similar al terrestre. Este hallazgo refuerza su papel como laboratorio natural para comprender la formación y evolución de los planetas rocosos del sistema solar.

La Luna siempre ha despertado nuestra curiosidad. Desde mitos sobre que estaba hecha de queso hasta teorías más modernas, nuestro satélite guarda secretos que poco a poco se han ido revelando. Y uno de los descubrimientos más fascinantes viene, curiosamente, de instrumentos que llevan más de 45 años apagados: los sismómetros instalados durante las misiones Apolo.
Aunque estos dispositivos dejaron de funcionar en 1978, su legado sigue vivo. Con técnicas modernas de análisis, los científicos han logrado exprimir hasta la última vibración registrada en la superficie lunar. ¿El resultado? Una confirmación que cambia la forma en que vemos a nuestro satélite: la Luna tiene un núcleo, muy parecido al de la Tierra.
Los sismos que revelaron el interior lunar
Los llamados “sismos lunares” fueron detectados por primera vez gracias a las misiones Apolo. Funcionan como un eco natural que permite espiar lo que ocurre bajo la superficie. Al igual que los temblores en la Tierra nos ayudan a mapear placas y fallas, en la Luna las ondas sísmicas revelaron capas internas con diferentes composiciones.
¿Sabías que se han podido medir los #sismos en la Luna y en Marte? #CienciaUNAM pic.twitter.com/onin0OMiI3
— Instituto de Ingeniería (@IIUNAM) August 12, 2025
La sorpresa llegó cuando los investigadores, décadas después, usaron algoritmos y modelos más precisos con los datos antiguos. Allí estaba la evidencia: un núcleo interno sólido, rico en hierro, rodeado de una capa líquida y cubierto por un manto y una corteza. En pocas palabras, un “mini planeta rocoso” con estructura terrestre.
Un pasado volcánico y violento
Saber que la Luna tiene un núcleo también nos cuenta una historia de origen. Hace más de 4.000 millones de años, poco después de formarse, nuestro satélite estuvo cubierto por un océano global de magma de unos 500 kilómetros de profundidad.
De ese mar ardiente emergieron los minerales más livianos, que flotaron y formaron las actuales tierras altas lunares, mientras que el hierro y materiales más pesados se hundieron hacia el centro, dando origen al núcleo.

Pero la calma no duró mucho. Entre 3.850 y 4.000 millones de años atrás, la Luna recibió una lluvia brutal de meteoritos en lo que los científicos llaman el Bombardeo Intenso Tardío.
Cada impacto mezclaba rocas, minerales y escombros en lo que hoy conocemos como brechas. Posteriormente, hubo etapas de fuerte vulcanismo, que llenaron de lava las cuencas y dieron origen a los oscuros “mares” que vemos en el cielo nocturno.
De cráteres a agua congelada
La superficie lunar, marcada por cráteres como Tycho o Copérnico, es un registro abierto de la historia del sistema solar. Sin atmósfera que la proteja, cada impacto queda grabado durante miles de millones de años.
Además, misiones modernas como Chandrayaan-1 o el telescopio SOFIA confirmaron que la Luna no está completamente seca: hay agua en forma de hielo en cráteres polares permanentemente a la sombra, e incluso moléculas de agua dispersas por la superficie iluminada.
Esto convierte a la Luna en un archivo natural de la evolución planetaria. Mientras la Tierra borró gran parte de su pasado con la tectónica de placas, nuestro satélite conserva intacta esa memoria geológica.
Un laboratorio para entender otros mundos
El hallazgo del núcleo lunar no es solo un dato curioso. Nos recuerda que la Luna es una pieza clave para comprender cómo se formaron los planetas rocosos: Mercurio, Venus, Marte y la propia Tierra. Al estudiar su estructura interna, su vulcanismo y sus cráteres, los astrónomos pueden extrapolar lecciones a otros mundos.

La Luna, lejos de ser un simple satélite, es un pequeño planeta fósil que guarda en sus rocas las claves de nuestra historia cósmica. Los sismómetros del Apolo, olvidados y silenciosos durante décadas, nos han enseñado que aún tienen mucho que contar.