Edificios vivos: ciencia y arquitectura se unen para dar vida a materiales autorreparables
Un nuevo horizonte en la construcción se abre paso: materiales hechos a base de hongos capaces de crecer, regenerarse y reducir drásticamente la huella de carbono de la arquitectura moderna.

La arquitectura está a las puertas de una transformación radical. Ya no se trata solo de levantar edificios más altos o con diseños más audaces, sino de dotarlos de vida propia. Esto que suena a ciencia ficción ya se está gestando en laboratorios europeos bajo el nombre de Fungateria, un proyecto financiado por la Unión Europea (UE) que promete reescribir la historia de la construcción.
Un nuevo concepto en el que arquitectura y biología se fusionan para dar lugar a estructuras sostenibles, ligeras, resistentes y, sobre todo, autorreparables.
El proyecto está liderado por el microbiólogo Han Wösten, de la Universidad de Utrecht, junto a un equipo multidisciplinario que abarca desde la microbiología hasta la arquitectura, con colaboradores de Bélgica, Dinamarca, Grecia, Países Bajos, Noruega y el Reino Unido.
El poder de los hongos en la construcción
En el centro de esta revolución está el micelio, la parte vegetativa de los hongos formada por una red de filamentos microscópicos. Este tejido no solo puede crecer sobre residuos como aserrín, paja o cáscaras de granos, sino que los transforma en estructuras sólidas, ligeras y sorprendentemente resistentes.
Pero lo que vuelve único al micelio en la construcción es su capacidad de regenerarse. A diferencia del hormigón, que acumula fisuras hasta quebrarse, el micelio puede expandirse hacia las grietas y rellenarlas, devolviendo cohesión al material.

Esto convierte a los muros en organismos vivos, resilientes, con la habilidad de prolongar su vida útil mucho más allá de lo que permiten los materiales convencionales. En la práctica, los investigadores de Fungateria han demostrado en laboratorio que, bajo condiciones controladas, un bloque de micelio puede reparar microfracturas en cuestión de días, sin intervención humana.
El corazón del proyecto
El corazón de Fungateria late gracias al hongo Schizophyllum commune, habitual en la descomposición de madera muerta. Su habilidad para colonizar materia vegetal lo convierte en la base ideal de un material vivo y moldeable.

Pero la verdadera innovación está en la alianza con bacterias diseñadas en laboratorio: estas actúan como “aliadas” del proceso, aportando nutrientes que impulsan el crecimiento y, al mismo tiempo, liberando compuestos capaces de detenerlo cuando es necesario. Así, los científicos pueden guiar el desarrollo del biomaterial con precisión, regulando factores como la luz, la temperatura y la humedad.
Avances concretos y promesas tangibles
Aunque la idea de edificios vivos aún suene experimental, los resultados son sólidos.
- Se han producido paneles aislantes con micelio que ofrecen excelente capacidad térmica y acústica.

- Se han desarrollado superficies similares al cuero, flexibles y resistentes, que podrían reemplazar materiales de origen animal o plástico.
- Se han probado muestras con alta tolerancia al calor y a la sequía, mostrando su potencial en climas extremos.
- En la Bienal de Venecia, piezas creadas con micelio fueron exhibidas como prototipos funcionales, marcando un hito en la arquitectura biológica.
Según los investigadores, hacia 2026 deberían estar listos los primeros productos listados para aplicaciones comerciales menores. Y en un horizonte de 10 a 15 años, se espera que puedan competir directamente con materiales como el hormigón en ciertos usos estructurales.
Materiales vivos en tiempos de crisis
Más que una innovación llamativa, estos avances responden a una urgencia global. El sector de la construcción genera cerca del 40% de las emisiones de CO₂ en el mundo, y la producción de cemento por sí sola es responsable de un 8% de esas emisiones.
Según estimaciones de Fungateria, la sustitución parcial de materiales actuales por micelio podría reducir hasta un 80% la huella de carbono de ciertos procesos constructivos.
Además, a diferencia del hormigón, que se degrada en condiciones extremas, el micelio puede adaptarse: tolera sequías al entrar en latencia y se reactiva cuando el entorno mejora, lo que lo hace especialmente prometedor frente a fenómenos cada vez más frecuentes por el cambio climático.
Brechas y riesgos
No todo son certezas. Existen dudas sobre qué ocurriría si un material vivo como el micelio entrara en contacto con estructuras de madera tradicional. ¿Podría colonizarlas y debilitarlas? Los investigadores afirman que el control bacteriano evita esta posibilidad, pero la inquietud persiste.

También está el desafío social: ¿aceptaríamos vivir en casas hechas de hongos? Aunque el micelio usado es inocuo y controlado, el solo hecho de habitar en un espacio “vivo” puede generar rechazo. Superar esas barreras culturales será tan importante como resolver los retos técnicos.
Más allá de Europa: un movimiento global
Aunque Fungateria es hoy la investigación más avanzada en este campo, no es la única.
- En Estados Unidos la empresa Ecovative desarrolla desde hace años el MycoComposite™, un material de micelio que ya se usa en envases compostables, mobiliario e incluso como sustituto del poliestireno en paneles aislantes.
- En Japón, equipos de la Universidad de Tokio han experimentado con micelio como refuerzo estructural en madera contrachapada, logrando mayor resistencia con menor cantidad de material.
Estas experiencias demuestran que no se trata de un experimento aislado, sino de un movimiento creciente que busca cambiar la forma en que construimos y consumimos recursos.
Referencias de la noticia
-King, A. (2025). De los hongos a la reinvención de la arquitectura: el auge de los edificios vivos y autorreparables. El País.