Los bosques bajo la costa chilena: la importancia de las algas en el ecosistema y su impacto en la economía
Bajo las olas, los bosques de algas sostienen la vida marina y el sustento de miles de familias chilenas. Su sobreexplotación amenaza un equilibrio ecológico y económico vital.

A simple vista, las costas chilenas parecen solo roca y olas, pero bajo la superficie se extienden verdaderos bosques. Son los bosques de macroalgas, formados principalmente por huiros, especies que pueden alcanzar hasta 30 metros de largo y que se mecen con las corrientes, creando refugios naturales para una multitud de organismos. En ellos viven peces, crustáceos, erizos, moluscos y hasta aves que se alimentan en sus alrededores.
Se calcula que un solo bosque de huiros puede albergar más de 100 especies distintas. Además, cumplen una función silenciosa, pero vital: capturan y almacenan grandes cantidades de dióxido de carbono. Estudios recientes estiman que los bosques de macroalgas podrían absorber entre 60 y 250 millones de toneladas de carbono al año a nivel mundial, convirtiéndose en uno de los mayores sumideros naturales del planeta.
Una riqueza que impulsa la economía costera
Más allá de su importancia ecológica, los huiros son una fuente económica clave para muchas comunidades costeras. Miles de familias viven de la recolección y venta de algas, una actividad que, bien manejada, puede ser una oportunidad sostenible.
Chile es uno de los principales productores y exportadores mundiales de algas pardas. En los últimos años, las exportaciones superaron las 150 mil toneladas anuales, con un valor que bordea los 250 millones de dólares.

Pero detrás de estas cifras también se esconde una advertencia: el aumento de la demanda ha llevado a una presión sin precedentes sobre los ecosistemas marinos. En muchas zonas, los recolectores tradicionales deben competir con grandes empresas que extraen el recurso de manera intensiva.
Algunas utilizan técnicas como el arrastre o el “barreteo”, que consiste en cortar el alga desde su base, impidiendo que vuelva a crecer. Esta práctica, sumada a la escasa fiscalización, ha provocado una reducción visible de los bosques naturales en regiones del norte y centro del país.
El costo de la sobreexplotación
Los efectos ya se sienten. En algunas áreas se estima que la cobertura de macroalgas ha disminuido hasta en un 40 % durante la última década. La pérdida de estos bosques no solo reduce la biodiversidad marina, sino también el sustento de miles de personas que dependen de ellos.

Menos huiros significa menos peces, menos moluscos y menos ingresos para las comunidades costeras. Además, al degradarse, estos ecosistemas pierden su capacidad de capturar carbono, lo que agrava el impacto del cambio climático.
Ciencia y restauración: un nuevo camino bajo las olas
Frente a este escenario, científicos y pescadores han comenzado a trabajar juntos en proyectos de restauración marina. En la Región de Los Lagos, por ejemplo, se han instalado zonas experimentales de repoblamiento de huiros, donde se cultivan ejemplares jóvenes para devolverlos al mar y acelerar su recuperación.

También se están probando métodos de acuicultura regenerativa, que permiten cultivar algas sin dañar el ecosistema y, al mismo tiempo, mejorar la calidad del agua. Estas prácticas no solo ayudan a recuperar la biodiversidad, sino que abren nuevas oportunidades económicas, más limpias y sostenibles.
El desafío es grande, pero el conocimiento y la tecnología están avanzando. Chile tiene la oportunidad de liderar en el manejo sustentable de macroalgas, combinando ciencia, comunidad y políticas públicas efectivas.
Hacia un futuro sostenible
Proteger los bosques submarinos no es un lujo ecológico, sino una necesidad. Son pulmones del océano, refugios de biodiversidad y una fuente de vida para quienes habitan nuestras costas.
Cuidar los huiros es cuidar la base de un ecosistema que sostiene nuestra pesca, nuestras playas y parte importante de la economía del país. Protegerlos es protegernos a nosotros mismos, porque en cada metro de huiro se mantiene viva una parte del mar chileno que no podemos darnos el lujo de perder.